http://www.accionesdge.mendoza.edu.ar/pac_mayo/pactos_resumen.htm

 

 

Revista Diplomacia nº 89

Academia diplomática “Andrés Bello”

Santiago de Chile, 2002

Argentina, Chile y los Pactos de Mayo (1902)

Pablo Lacoste - CONICET - Universidad de Cuyo – Universidad de Congreso

RESUMEN

         

¿Qué significó la firma de los Pactos de Mayo, entre los gobiernos de Argentina y Chile, el 28 de mayo de 1902?

La historiografía nacionalista argentina ha estigmatizado esta decisión, como parte de una política exterior “entreguista” y ajena al interés nacional, fundamentalmente porque con este acuerdo, Argentina renunció al papel “rector” que debía ejercer en América del Sur, debido a su superioridad racial sobre los países vecinos. Así lo señaló en aquel momento Estanislao Zeballos, tres veces canciller y líder del bando belicista en Buenos Aires; y recurrentemente, los historiadores de la segunda mitad del siglo XX han retomado sus ideas para ponerlas en valor como la interpretación “más correcta” del proceso que culminó en la firma de los Pactos de Mayo.

En la foto la Delegación Argentina.

Este enfoque ha dejado de lado las consecuencias que hubiera causado el estallido de la guerra. Los autores que han tratado el tema han ocultado un tema clave: Argentina y Chile disponían de un poder destructivo propio de Grandes Potencias; en el concierto mundial, sus flotas ocupaban el octavo lugar en términos absolutos y el tercero en relación al número de habitantes. Además, si se compara con el guerra del Chaco (que enfrentó a Bolivia y Paraguay entre 1932 y 1935), una estimación del potencial bélico de los contendientes demuestra que en caso de estallar el conflicto armado entre Argentina y Chile, las víctimas hubieran oscilado entre 1.000.000 y 2.000.000 de personas. Esa guerra hubiera causado 50 veces más muertos y heridos que el terrorismo de Estado de los años 70 y 80 en Argentina y Chile.

A partir de estos elementos, se concluye que la firma de los Pactos de Mayo fue una de las decisiones más importantes y trascendentes de la historia de ambos países. Al evitar una guerra tan destructiva; al mantener la paz en un momento altamente crítico; y al preservar las buenas relaciones entre dos vecinos en un marco de tensiones extremas, los Pactos de Mayo constituyen un hito en la historia de la Paz, la Integración Latinoamericana y los Derechos Humanos en América.

Cumbre Presidencial-"El abrazo del estrecho"-1899

 

El presente estudio demuestra la magnitud que alcanzó la carrera armamentista de Argentina y Chile en el contexto regional y mundial. El poder destructivo de Argentina y Chile permitía iniciar la era de las matanzas masivas del siglo XX. Este proceso se produjo en un contexto mundial de aceleración de la carrera armamentista entre las Grandes Potencias. En este marco, la iniciativa del zar Nicolás II, en el sentido de propiciar el control de armamentos y la solución de los problemas internacionales mediante mecanismos de arbitraje,  propuesta que para los europeos fracasó en La Haya, triunfó para Chile y Argentina en el abrazo de Estrecho (imagen izquierda). De esta manera se abrió el camino a los Pactos de Mayo en los cuales se estableció el primer convenio de equivalencia de armamentos de la historia contemporánea. Mientras Europa se encaminaba a la I Guerra Mundial, los Pactos de Mayo inauguraron un siglo más de paz entre Argentina y Chile.

 

Chile, Argentina y los Pactos de Mayo (1902)

Pablo Lacoste

CONICET

Universidad de Cuyo – Universidad de Congreso

La firma de los Pactos de Mayo entre Argentina y Chile, ha suscitado fuertes debates en la literatura más difundida en ambos países, sobre todo en el primero. Numerosos historiadores argentinos han cuestionado esta decisión política, a la cual calificaron de “entreguista” y claudicante. Esta acuerdo, enmarcado dentro de una política exterior calificada de “pacifista”, con frecuencia ha sido tomado como ejemplo de un enfoque por el cual la cancillería argentina habría ignorado los intereses nacionales.

          Las tensiones entre Argentina y Chile comenzaron con la firma del Tratado Secreto entre Bolivia y Perú (1873), al cual trataron de incorporar a la Argentina. Este acuerdo fue la piedra maestra de la diplomacia en el Cono Sur en los años siguientes, y desembocó en la Guerra del Pacífico (1879-1884) y en las tensiones posteriores, que estuvieron muy cerca de desatar la guerra trasandina en la Navidad de 1901. El complejo juego diplomático regional, junto a su entorno cultural e ideológico, lo hemos examinado en otras partes.[1] En el presente estudio, el objetivo central es examinar los Pactos de Mayo desde el punto de vista de su significación en la historia de las relaciones entre Argentina y Chile, sobre todo mediante la ponderación de lo que se evitó: una catástrofe destructiva de dimensiones colosales. Para avanzar en esta dirección, el móvil de la investigación ha estado en algunas preguntas clave. En primer lugar, ¿qué hubiera pasado en caso de estallar la guerra? ¿Cuál era el poder destructivo de Argentina y Chile en víspera de la firma de este Tratado? ¿Cuál era su poder relativo, en comparación con otros países dela región y el mundo? ¿Cuál hubiera sido el impacto de una eventual guerra, fundamentalmente en términos de bajas humanas?

1-El cuestionamiento del arbitraje y los pactos de Mayo en la historiografía argentina

En los años siguientes a la firma de los Pactos de Mayo, los historiadores se inclinaron a ponderar positivamente este tratado. Pero en la segunda mitad del siglo XX XX, esta situación se revirtió.  En el marco del proceso de pretorización del estado, los sectores nacionalistas presionaban por una política más agresiva por parte del gobierno. Ello implicaba no aceptar las propuestas chilenas en el sentido de resolver las cuestiones de limites pendientes (sobre todo las islas del Beagle) por medio del arbitraje. Los nacionalistas argentinos se oponían a este método. Y trataron de legitimar su posición desde la historia. Para ello, procuraron deslegitimar totalmente los Pactos de Mayo de 1902.

Los autores nacionalistas produjeron numerosas obras entre 1955 y 1984, en las cuales cuestionaban severamente los arbitrajes en general y los Pactos de Mayo en particular. Al escribir sobre este tema, ponían en foco las voces críticas, especialmente las opiniones de Estanislao Zeballos e Indalecio Gómez. Este sesgo se refleja en numerosas obras de la época, sobre todo en las de Ernesto Palacios (1954), Julio Irazusta, José Maria Rosa y Siegrist y Gustavo Ferrari (1968). Por ejemplo este ultimo autor se ocupaba de brindar un amplio espacio a la opinión del polémico Zeballos:

“Los pactos son la obra de la improvisación y de la desobediencia del ministro argentino (José A. Terry), que capitulando sin condiciones ante las exigencias de esa República (Chile), se impuso al gobierno argentino por medio de empeños familiares, induciendo a suscribir los pactos”.[2] 

La locuacidad de Zeballos entregaba abundante material para que los escritores nacionalistas de la segunda mitad del siglo XX pudieran deslegitimar una y otra vez los Pactos de Mayo. Otros autores lo citan recurrentemente en estos temas.[3] En algunos casos, cuando consideraban excesivamente reiterada la cita al mismo autor, buscaban algunas variantes. Y el relevo más interesante era Indalecio Gómez, una de las figuras que los historiadores nacionalistas más han destacado entre la élite de aquellos años. Una de sus más divulgadas expresiones se hallaba en  una carta a Carlos Pellegrini, en la cual Gómez  advertía:

“Si la opinión estuviera tan enervada que consintiera en los pactos, no veo esperanza razonable de que tuviera energía para oponerse a errores menos trascendentales. Pero si, perseverando en su movimiento contra aquellos, persuadida como está de que son malos, se recibiese el agravio de su sanción definitiva, entonces sí que se levantará airada y que sabrá impedir que en adelante gobiernen al país hombres semejantes a los que ahora infligen tamaña injuria a la soberanía. Defender los pactos, tratar de persuadir a la opinión de que son buenos, no es otra cosa que conspirar contra el renacimiento que usted anhela”.[4]

Estas palabras fueron muy ponderada por la tradición historiográfica argentina, en su vertiente nacionalista. Por ejemplo para el influyente ensayista Julio Irazusta, esta carta de Gómez tiene el valor de “la mejor reseña de nuestra deplorable histórica diplomática”.[5] El discurso beligerante de Indalecio Gómez era funcional a los historiadores nacionalistas de los 50 y 60. Esto se reflejó no solo en las citas, sino en la publicación de discursos y escritos del polemista. Entre ellos podemos citar el voluminoso trabajo de Atilio Dell Oro Maini (1964).[6]  En resumidas cuentas, lo importante es destacar que las afirmaciones de Zeballos, Gómez y su grupo, que fracasaron en su intento por oponerse a los Pactos de Mayo, fueron retomadas como símbolo y bandera de combate ideológico por los nacionalistas de medio siglo después.

          Lo importante era mostrar una imagen distinta de la Argentina, crítica hacia los diplomáticos, y más cercana a las soluciones “heroicas” y militares. Ricardo Paz, asesor de la cancillería de varios dictadores argentinos, en un libro publicado por la Universidad de Buenos Aires, afirmaba que  un pueblo  nacido a la historia en forma heroica en 1801. con los Pactos de Mayo se convertía “a la vida mercantil y placentera”.[7] En esta misma línea se encontraba Ernesto Palacios, autor nacionalista de textos escolares de gran influencia en las escuelas medias y universidades argentinas durante varias décadas.[8]

“Si bien los pactos de mayo tuvieron la virtud de impedir una guerra para la que no había a la sazón motivo suficiente, no hay duda de que la extensión de los compromisos que por ellos adquirimos significaron una disminución de nuestra personalidad internacional, de acuerdo con la más genuina tradición del régimen. A cambio de una promesa condicionada de no expansión territorial (salvo “el cumplimiento de los tratados vigentes” que la implicaban, en Tacna y Arica), nosotros asegurábamos la no injerencia en los asuntos ‘externos’ de los vecinos, lo que nos colocaba al margen de la vida internacional, que supone en esa materia una vigilancia recíproca permanente”.[9]

Más adelante el autor agregaba:

“Bajo Roca se consolida, en efecto, el consabido pacifismo del régimen. Su doctrinario más importante es Mitre (...) Como no se trata de ser fuertes, sino de ser ‘civilizados’, el predominio militar queda excluido como finalidad del gobierno, así como toda otra preocupación por el destino de las ‘atrasadas’ naciones del resto del Continente (...) Al leer su mensaje de 1903, el general Roca habría de afirmar, después de dar cuenta de la prosperidad renaciente, que carecíamos de problemas en el orden externo. La renuncia a la política internacional significaba la confesión del destino colonial que el régimen vigente nos deparaba”. 

El ala derecha de la élite argentina del ciclo 1955-1984 no ahorraba argumentos para deslegitimar los Pactos de Mayo. Esto había significado “renuncia a la política internacional”, a la vez que postergaba las perspectivas nacionales de asumir el papel rector en América del Sur. Todo esto se planteaba como parte de un concepto general que habría empapado toda la política exterior argentina de esos años. Estos autores cuestionaban severamente lo que llamaban el “pacifismo” de la cancillería nacional. Esta lectura es común en aquellos años. Tiene su expresión más exagerada en el libro de Ricardo Paz (1980), y su forma más sutil en la obra de Ferrari (1968), ambas publicadas por la influyente Editorial de la Universidad de Buenos Aires. Para los historiadores nacionalistas de mediados de los ‘50 hasta principio de los ‘80, el pacifismo era la expresión diplomática de la situación de dependencia que la Argentina tenía con relación a Gran Bretaña. Su objetivo era deslegitimar los Pactos de Mayo, por resultar de una imposición del imperialismo inglés. En estos años, los historiadores no dedicaban mayor atención al contexto internacional y al superlativo poder destructiva de las escuadras. Por cierto, nadie comparaba los procesos de Europa con los del Cono Sur, y los diferentes métodos seleccionados (aceptación del arbitraje por Argentina y Chile, rechazo por las testas coronadas de Europa), y sobre todo, los diametralmente opuestos resultados: paz en el Cono Sur, millones de muertos en Europa.

Evidentemente, este enfoque historiográfico resultaba funcional a las dictaduras que en esos años se enseñoreaban en el sur de América. Al cuestionar los Pactos de Mayo como mecanismo que impidió una guerra con centenares de miles de muertos, se exhibe un absoluto menosprecio por los derechos humanos y el valor mismo de la vida del hombre. Ya la inversa, al reivindicar a los sectores más intransigentes y los partidarios de las carreras armamentistas (como Zeballos y Gómez), indirectamente se reivindicaba el protagonismo de las fuerzas armadas para solucionar los problemas del país.

Desde otra perspectiva, la corriente nacionalista más “popular”, representada por José María Rosa, también cuestionó severamente los Pactos de Mayo. Para el citado autor, ese tratado fue “un feo renuncio argentino”.[10] Rosa critica severamente la gestión del ministro argentino José Antonio Terry, negociador de este acuerdo: “lo que hizo Terry en Chile fue una renuncia simple y llana”.[11] Más adelante, el autor pone en foco las críticas que en su tiempo hizo Indalecio Gomez a la firma de los Pactos de Mayo en un virulento discurso pronunciado en el teatro Politeama: “los Pactos simbolizan la decadencia, el abatimiento de un pueblo que ha perdido energías y su rumbo”.[12]

Los enfoques de las distintas corrientes del nacionalismo argentino, desde el positivismo racista de Zeballos hasta la perspectiva más “popular” de José María Rosa, conciden en cuestionar severamente los Pactos de Mayo. Los consideran, junto con otros autores, una medida contraria a los intereses nacionales de la Argentina. Y este enfoque ha tenido bastante influencia en la bibliografía especializada en la historia de la política exterior argentina.

2-La carrera armamentista chileno-argentina

          El Cono Sur americano no escapó al clima de carrera armamentista de las Grandes Potencias del Hemisferio Norte. Sobre todo las naciones que tenían cuestiones pendientes con sus vecinos, como Argentina y Chile, que todavía no terminaban de definir sus limites territoriales. Como era de esperar, ambos países se lanzaron también a la carrera armamentista, invirtiendo en ello las abultadas rentas que obtenían de la exportación masiva de productos primarios. Esta situación de abundancia les facilitaba el acceso a los créditos en Europa.

Los estados mayores realizaron un cuidadoso estudio sobre las novedades tecnológicas, para decidir sus planes de compra de armamento. Dentro de este esquema, el principal concepto que manejaban los marinos era el de acorazado. “El término acorazado fue de uso común desde alrededores del año 1880, cuando se empezó a emplear el acero para la construcción de grandes unidades militares”.[13] En los años subsiguientes, los ingenieros navales comenzaron a diseñar modelos cada vez más complejos con este sistema. Se desarrollaron guardacostas acorazados, monitores acorazados, cruceros acorazados y fragatas acorazadas, entre otros. Recién en las décadas de 1890 y 1900 se consolidaron estos nuevos buques; la evolución continuo en los años posteriores, hasta culminar en las grandes unidades de la II Guerra Mundial. La Argentina incorporó su primer unidad acorazada en  vísperas de la Guerra del Pacífico: el guardacosta Los Andes, construido en Gran Bretaña. Con 1.525 toneladas de desplazamiento, medía 56,7 metros de eslora por 13,4 de manga; su equipo de propulsión con dos hélices, le permitía una velocidad de 9,5 nudos. Sus principales armas eran dos cañones de 198 mm.[14] Poco después se incorporó el acorazado Almirante Brown (1881), de 4300 toneladas, 73 m de eslora y 15,5 de manga.

Para atacar a los buques de gran tamaño surgieron las torpederas. Su mortífera arma, el torpedo, era un derivado de la mina naval; comenzó a utilizarse a mediados del siglo XIX en forma muy rudimentaria. Su dificultad era el acercamiento al blanco sin asumir demasiados riesgos. Precisamente para solucionar este problema se diseñaron las torpederas. Entre sus pioneros estuvieron los astilleros Yarrow de Londres, que poco a poco los fueron perfeccionando. El concepto básico era un buque pequeño, liviano y rápido, capaz de realizar ataques sorpresivos sin ser advertido por el enemigo. La idea resultó triunfante y poco a poco, fue adoptada por las Grandes Potencias; hacia 1884 todas disponían de una escuadrilla especifica de torpederas.[15]  Entre los primeros países que incorporaron este armamento se encuentra la Argentina. Entre 1881 y 1883 adquirió seis torpederas construidas en Londres.[16] A principios de los 90 se renovó totalmente la flotilla de torpederas. Entre 1890 y 1893 se incorporaron dieciséis unidades más.[17]

La Marina Argentina decidió también incorporar destructores,  para hacer frente a los torpederos. A partir de 1891, la tecnología naval prestó creciente atención a la amenaza que significaban los  torpederos para los buques de gran desplazamiento. Estos incorporaron armas especiales para hacer frente a los torpederos, especialmente cañones de 12 y 14 libras. Pero estos no resultaron suficiente defensa, sobre todo para ataques nocturnos. Los estrategas reclamaron un buque pequeño, rápido y ágil para dedicarlos específicamente a prevenir la acción de las torpederas enemigas. Este fue el sentido de los diseñadores del destructor. “Los primeros ejemplares de este tipo de buques fueron el ‘Destructor’ español –del que tomaron nombre sus descendientes- y el Havock y el Hornet, construidos para la marina británica el año 1894”.[18] Precisamente entre los primeros compradores de este flamante invento estuvo la Marina Argentina. Esta adquirió cuatro destructores a la empresa Yarrow (Londres), inspirados en el prototipo Havock: Santa Fe (1896), Entre Ríos (1896), Misiones (1897) y Corrientes (1897).[19] 

El crucero era un buque de guerra potente y rápido, según la nomenclatura del siglo XIX. Con anterioridad se había utilizado esta denominación para las fragatas y las corbetas, para diferenciarlas de los navíos. Estos eran las embarcaciones mayores, más pesadas, lentas y artilladas; siempre se desplazaban dentro de una formación; en cambio los cruceros (fragatas y corbetas) eran mucho más veloces y podían realizar tareas de patrulla, exploración y escolta. Los cruceros a vela evolucionaron en las décadas de 1860, 70 y 80, con la incorporación de la propulsión a vapor primero, y el blindaje acorazado después. El primer crucero protegido se construyó en 1881, con 3.000 toneladas de desplazamiento. Poco después, las marinas de las Grandes Potencias comenzaron a incorporar masivamente estos buques. Entre 1885 y 1887 Gran Bretaña lideró esta tendencia con la compra de  siete cruceros acorazados de 5.000 toneladas. Poco después, cuando se estandarizó este tipo de buque en las marinas de guerra, los ingleses crearon tres categorías de crucero según el desplazamiento: los cruceros de tercera clase eran inferiores a las 3.000 tons.; los de segunda clase oscilaban entre 3.000 y 5.000 tons.; los cruceros de primera clase superaban las 5.000 tons.[20]

La incorporación de los cruceros a la marina argentina fue otro reflejo de la carrera armamentista. La Armada rioplatense llegó al extremo de adoptar como propia la clasificación de la primera potencia naval del mundo y decidió incorporar unidades de todas las categorías. Este proceso comenzó con la compra de los cruceros de segunda clase 25 de mayo (1891), con 3.500 toneladas y el crucero protegido 9 de julio (1893), de 3.575 toneladas. Luego se incorporó el crucero de tercera clase Patria (1894), con 1.070 toneladas de desplazamiento,  cinco tubos lanzatorpedos y una velocidad máxima de 20 nudos.[21] También se adquirió el crucero protegido Buenos Aires que desplazaba  4.788 toneladas; podía alcanzar una velocidad de 24 nudos y disponía de dos cañones de 203 mm y cuatro de 152 mm.[22] Era considerado “el buque más veloz del mundo con máquinas de tripla expansión”.[23]  Estos buques fueron fabricados en Gran Bretaña.

La incorporación de cruceros acorazados de 1ª clase fue otro objetivo de los almirantes argentinos. La tarea no era sencilla, pues se trataba del tipo de buque de guerra más moderno del mundo. Las Grandes Potencias tendían a restringir el acceso al  exclusivo club de los cruceros de 1ª clase. La Argentina no logró que su tradicional proveedor, Gran Bretaña, accediera a venderle buques de esta jerarquía. Intentó establecer contactos con firmas de otros países, sin mayores resultados. Fue entonces cuando el general Julio A. Roca comprometió sus influencias ante la casa Ansaldo de Génova, con éxito.[24] Los astilleros italianos tenían en construcción diez unidades de un crucero acorazado de 1ª clase de entre 6.500 y 7.000 toneladas de desplazamiento. Por la gestión de Roca aceptaron venderle seis  a la Argentina. El primero de ellos fue General Garibaldi, de 6.949 toneladas de desplazamiento, dos cañones de 254 mm, diez de 152 mm y 6 de 120 mm. Entusiasmada con este colosal buque, la marina argentina adquirió poco después otras tres unidades de la misma clase: Pueyrredón, General Belgrano y San Martín (1898).[25] Entre estos cuatro cruceros-acorazados, la Argentina disponía de una flota de 35.000 toneladas. Los otros dos se terminarían de construir poco después.

La flota de guerra argentina alcanzó dimensiones asombrosas. Tal como refleja el Cuadro I, en 20 años se adquirieron más de 50 buques que desplazaban 100.000 toneladas. Colocando estos buques uno detrás del otro, se podía formar con ellos un puente de acero de 3.000 metros de largo, repleto de cañones, ametralladoras y torpedos autopropulsados. La marina argentina estaba multiplicando por diez veces a la flota que los peruanos consideraban la más poderosa de Sudamérica, apenas 20 años antes. A esta altura, “la marina de guerra argentina se ubicará entre las más importantes del mundo”.[26]

La carrera armamentista de la Argentina tenía su paralelismo del lado trasandino. El gobierno de Chile se ocupó de modernizar los veteranos buques de la guerra del Pacífico, y de comprar unidades nuevas. El Huáscar fue reparado y puesto a punto para entrar nuevamente en combate. Los legendarios blindados Blanco Encalada y Cochrane fueron enviados a Europa para su modernización y reequipamiento.[27] Pronto llegó también del crucero protegido Esmeralda, de 3.000 toneladas y 18 nudos.[28] Un gran salto en la carrera armamentista significó la compra del acorazado Capitán Prat (1890). Tenía 7.011 toneladas de desplazamiento, con 100 metros de eslora por 18,5 de manga. Su máquinas horizontales de triple expansión con dos ejes le permitían desarrollar una velocidad máxima de 18,3 nudos. Su principal armamento incluía cuatro formidables cañones de 239 mm, ocho de 120 mm y cuatro tubos lanzatorpedos. La protección acorazada era de 300 mm en cintura y barbeta de 275; ello significaba un peso equivalente a un tercio de todo el buque.[29] Chile compró también el acorazado O’Higgins,  el crucero Centeno, y la torpedera Almirante Simpson.[30] Además se adquirieron en Francia los escampavías Cóndor y Huemul, botados en diciembre de 1889. A ello hay que sumar las cazatorpederas Almirante Lynch y Almirante Condell (febrero de 1890), equipadas con el más moderno sistema de torpedos autopropulsados Whitehead.

          Este crecimiento de la flota chilena se concretó durante la gestión del presidente Balmaceda, quien orientó en esa dirección una parte significativa de los recursos generado por las salitreras obtenidas en la Guerra del Pacífico. Hacia mediados de 1891, la flota chilena era más poderosa que nunca en su historia. Precisamente esta armada fue quien se levantó contra las autoridades constituidas, y promovió, -junto a los congresistas- la guerra civil.

La guerra civil de 1891 fue una gran oportunidad para experimentar, al menos parcialmente, la moderna flota de guerra chilena. Buena parte de la armada se plegó al movimiento rebelde; pero algunos buques permanecieron leales al Poder Ejecutivo. Esta situación generó las condiciones para algunos enfrentamientos entre las flamantes unidades blindadas. El más importante se registró en la bahía de Caldera, en el cual las cazatorpederas leales, Lynch y Condell, hundieron al acorazado rebelde Blanco Encalada, con un torpedo Whitehead. Este episodio marcó un hito en la historia mundial de la guerra naval.[31] De todos modos, la rápida liquidación de la guerra civil, con las batallas de Con Con (21 de agosto) y Placilla (14 de setiembre), y la renuncia de Balmaceda, impidieron un mayor impacto en la flota chilena.

Superada la crisis interna, Chile retomó su lugar en la carrera armamentista. Se incorporaron nuevas unidades, muchas de las cuales estaban encargadas y no alcanzaron a llegar antes del final de la guerra civil. La flota volvió a crecer, hasta alcanzar estándares cada vez más imponentes. Como resultado, hacia 1893, la armada superaba las 31.000 toneladas de desplazamiento. Según Espinosa Moraga, en ese momento Chile mantenía una apreciable ventaja sobre la flota argentina, según demuestra el Cuadro I.

Cuadro I

Correlación de fuerzas navales entre Chile y Argentina

(1893)

TIPO

C H I L E

A R G E N T I N A

Acorazados

Cochrane

Prat

3.500 tons.

6.900 tons.

Brown

Independencia

4.200 tons.

2.300 tons.

Cruceros

Errázuriz

Pinto

Blanco

2.080 tons.

2.080 tons.

4.400 tons.

25 de mayo

9 de Julio

Buenos Aires

3.200 tons.

3.570 tons.

4.740 tons.

Cazatorpederas

Condell

Lynch

Otros (5)

750 tons.

750 tons.

420 tons.

Espora

Patria

Otros (4)

520 tons.

1.070 tons.

416 tons.

Auxiliares

(4)

3.470 tons.

(3)

2.630 tons.

Total

 

31.870 tons

 

24.946 tons.

Fuente: Espinosa Moraga, Latorre... o.c., p. 64.

El cálculo de Espinosa Morga resulta bastante cuestionable. Porque se ubican allí algunos buques que posiblemente ya no estaban en servicio, o todavía no se habían incorporado a esas flotas, según otras fuentes.[32] De todos modos, es muy difícil establecer mediciones en un proceso tan dinámico como la evolución del poderío de una flota en plena carrera armamentista. Por tal motivo, el cuadro de Espinosa Moraga se puede considerar como estimación aproximada.

La incorporación del crucero acorazado Esmeralda (1894) fue otro paso relevante de la flota chilena. Fue construido en los astilleros Armstrong con 7.112 toneladas de desplazamiento, 133 metros de eslora y 22,2 nudos de velocidad máxima. Tenia dos cañones de 203 mm y 16 de 152 mm.[33] En los años siguientes, Chile y Argentina continuaron con la carrera armamentista, sin escatimar recursos. En poco tiempo, Buenos Aires y Santiago realizaron una acumulación de armamento totalmente desproporcionada a su población y tradición histórica. Mario Barros van Buren, especialista en la historia de la política exterior chilena, director en dos oportunidades de la Academia Diplomática de ese país, ha descripto esta situación con notable claridad. Según este autor, en enero de 1898 la situación era la siguiente:

“Tanto Argentina como Chile iban al desangre. Aunque parezca increíble, ambas naciones a fuerza de comprar barcos, estaban dejando atrás a las Grandes Potencias. Chile era en ese instante el séptimo poder naval del mundo y Argentina, si concretaba la compra de los acorazados italianos, sería el sexto. Miles de hombres se entrenaban en los cuarteles para una guerra que colgaba del aire. Se gastaban sumas cuantiosas que bien podían ir a obras públicas o de bienestar social”.[34]

Los temores de van Buren se confirmaron. Tal como hemos señalado, en los meses siguientes la Argentina  no sólo incorporó los dos cruceros-acorazados de Italia (San Martín y Pueyrredón), sino que sumó un tercero (Belgrano) y quedó a la espera de dos cruceros más de esa misma empresa italiana, todavía mayores a los anteriores (más de 7.000 toneladas). Con su incorporación, la Marina Argentina apuntaba a alcanzar las  100.000 toneladas de desplazamiento.[35] El Cuadro II ilustra con singular claridad la carrera armamentista de la flota argentina.

Cuadro II

Principales buques adquiridos por la marina de guerra  argentina

(1881-1902)

Nombre

Tipo

Despl.

(Tons.)

Eslora

botadura

Vel. máx

(nudos)

Alte. Brown

Guardacostas Acorazado

4.300

73 m

1881

 

La Argentina

Buque escuela Corbeta

1.050

70 m

1884

 

Patagonia

Crucero de 3ª clase

1.570

67 m

1887

15

Los Andes

Acorazado guardacostas

1.525

57 m

 

9,5

25 de mayo

Crucero de 2ª clase

3.500

107 m

1891

 

Rosales

Cazatorpedero

520

64 m

1891

 

Espora

Cazatorpedero

520

64 m

1891

 

9 de julio

Crucero de 2ª clase

3575

114 m

1893

 

Libertad

Acorazado

S/d

70 m

1893

 

Independencia

Acorazado

2.300 

70 m

1893

 

Patria

Crucero de 2ª clase

1.070

77 m

1894

20

 Garibaldi

Crucero acorazado 1ª

6.949

105 m

1895

20

Pampa

Transporte

8.700

119 m

1895

 

Chaco

Transporte

8.700

119 m

1895

 

Buenos Aires

Crucero protegido

4.788

124 m

1895

24

Santa Fe

Destructor

288

58 m

1896

27

Entre Ríos

Destructor

288

58 m

1896

27

Misiones

Destructor

288

58 m

1897

27

Corrientes

Destructor

288

58 m

1897

27

San Martín

Crucero de 1ª clase

6.949

105 m

1898

20

Pueyrredón

Crucero de 1ª clase

6.949

105 m

1898

20

Belgrano

Crucero de 1ª clase

6.949

105 m

1898

20

Sarmiento

Fragata

2.733

86 m

1899

 

Moreno

Crucero de 1ª clase

7.750

111 m

1902

20

Rivadavia

Crucero de 1ª clase

7.750

111 m

1902

20

Total

25 unidades

89.299

2.155

 

 

Nota: a esta lista hay que añadir las 22 torpederas incorporadas entre 1880 y 1893, los cuatro avisos adquiridos en Alemania y Escocia (1888-1890), los remolcadores ingleses, los buques de transporte y los buques encargados en 1902.

Nota II: las dimensiones del crucero Belgrano eran un poco menores que las indicadas.

Nota III: Estos buques estaban armados con cañones de entre 100 y 254 mm

Fuente: Elaboración propia a partir de: Navíos y Veleros, o.c., 1993, seis tomos, Ferrari, o.c., Espinosa Moraga, Latorre..., o.c.,  Tanzi, o.c. y Fuenzalida Bade, o.c.

 

La carrera armamentista se desarrolló en forma paralela a ambos lados de la cordillera de los antes. Igual que la argentina, la flota chilena siguió creciendo. A los acorazados Cochrane (3.900 tons.) y Prat (6900) se sumó el O’Higgins (8.750 tons.). Y a los cruceros Blanco, Pinto y Errázuriz, se agregaron las nuevas unidades Esmeralda (7.030 tons.), Chacabuco (4.400)  y Centeno (3.600 tons.).

          El volumen de las flotas variaba rápidamente. Según van Buren, en 1895 la Marina Argentina era la mitad de la Armada Chilena; pero en 1898 la situación se había equiparado.[36] De todos modos, este no fue el punto de llegada, sino un nuevo punto de partida para la etapa de mayor auge de la carrera armamentista. En efecto, como las negociaciones diplomáticas no lograban alcanzar una solución pacifica, ambos países profundizaron la compra de armamentos. El presidente Roca señaló en 1900: “Es preciso que sepan que si Chile compra un buque, nosotros compraremos dos”.[37] La carrera armamentista siguió avanzando en forma descontrolada. En 1901 el ex presidente y entonces senador, Carlos Pellegrini, calculaba que la Argentina había gastado $100.000.000 en armas. El 30 de noviembre de 1901, el Poder Ejecutivo de Chile, en acuerdo de ministros resolvió comprar seis cruceros más, “a cualquier precio a la mayor brevedad”.[38]

          La carrera armamentista parecía no terminar nunca. Chile encargó un crucero y varios destructores. Argentina contrató dos acorazados de 8.000 toneladas a la firma Ansaldo, de Génova. Dos meses después, en enero de 1902, el Congreso Chileno aprobó leyes secretas para autorizar al PE a la compra de nuevos buques por 3.000.000 libras esterlinas. Un mes más tarde se firmaron sendos con los astilleros Armstrong y Vickers, para la construcción de los acorazados Constitución y Libertad, de 11.800 toneladas de desplazamiento. Estos buques “debían terminarse en dieciocho meses”.[39]  En estos momentos la tensión llegaba a su punto culminante:

“En esta ruinosa competencia, que parecía no tener fin, la Argentina se vio obligada a considerar la compra de dos acorazados más, pero éstos, ya de 16.000 toneladas. La paz armada alcanzaba, pues, al comenzar el año 1902, un precio demasiado alto, y no faltaba quien pensara que la misma guerra podría resultar más barata”.[40]

            La correlación de las escuadras se modificaba constantemente. Considerando únicamente los cruceros y acorazados, en mayo de 1902 Chile tenía una pequeña superioridad de 42.840 toneladas sobre los 38.990 de la flota argentina. De todos modos, los observadores militares chilenos estimaban que esta era superior por contar con acorazados más modernos y poderosos. En líneas generales puede considerarse que la situación estaba equilibrada. Pero en los meses siguientes, la incorporación de los buques en construcción iba a desnivelar la balanza hacia uno u otro lado. Por ejemplo si la guerra estallaba en 1903, la flota argentina tendría la supremacía por la presencia de los cruceros Moreno y Rivadavia. En cambio si el conflicto se iniciaba en 1904, la armada chilena se hallaría en ventaja por la incorporación de los acorazados Constitución y Libertad. El Cuadro III ofrece un panorama preciso al respecto

Cuadro III

Acorazados y cruceros de Chile y Argentina

(situación vigente en mayo de 1902)

TIPO

C H I L E

A R G E N T I N A

Acorazados

Constitución (*)

Libertad (*)

O’Higgins

Cochrane

Prat

11.800 tons.

11.800 tons.

8.750 tons.

3.500 tons.

6.900 tons.

N.N. (**)

N.N. (**)

Belgrano

Garibaldi

Pueyrredón

San Martín

16.000tons.

16.000 tons

6.880 tons.

6.840 tons.

6.880 tons.

6.880 tons..

Cruceros

Esmeralda

Chacabuco

Zenteno

Errázuriz

Pinto

Blanco

7.030 tons.

4.500 tons.

3.600 tons.

2.080 tons.

2.080 tons.

4.400 tons.

Moreno (*)

Rivadavia (*)

25 de mayo

9 de Julio

Buenos Aires

7.700 tons.

7.700 tons.

3.200 tons.

3.570 tons.

4.740 tons.

Total

Incorporados

42.840 tons.

38.990 tons.

(*) En construcción

23.600 tons.

15.400 tons.

(**) En consideración

S/D

32.000 tons.

Total general

66.940 tons

86.390 tons.

Nota:. Los cruceros Moreno y Rivadavia se terminaban de construir en octubre de 1902 y los  acorazados Constitución y Libertad, hacia fines fueron de 1903.

Fuente: Elaboración propia a partir de Tanzi, o.c., Fuenzalida Bade, o.c., Ferrari, o.c.

Las flotas de Argentina y Chile en su conjunto, incluyendo acorazados, cruceros, transportes, destructores, torpederas y demás buques, superaban las 200.000 toneladas de desplazamiento. Las marinas de Argentina y Chile se encontraban entre las ocho más poderosas del mundo. Sólo los superaban Gran Bretaña, Francia, Rusia, EEUU, Italia, Alemania y Japón, es decir, las grandes potencias que competían por el control de los mayores imperios coloniales.

Las diferencias entre las dimensiones de estas flotas merecen un comentario. La marina británica era diez veces mayor que las armadas de Argentina o Chile; y la de Francia, las multiplicaba por cinco; la flota rusa por cuatro, y la de EEUU por tres, lo mismo que la marina alemana. Fuero de estos cinco casos, las diferencias eran mucho menores. Las flotas de Argentina y Chile unidas, superaban al Japón y estaban muy cerca de Italia, país en el cual se fabricaban buques de guerra.

El poder naval de Argentina y Chile era tan desproporcionado con respecto al escenario internacional, que podía influir en el sistema mundial de alianzas y equilibrios de poder. Por ejemplo, en caso de un hipotético conflicto en el Pacifico, una alianza argentino-chilena con el Japón podía lograr la supremacía naval sobre Estados Unidos. Este país debería obligatoriamente realizar una alianza con Rusia para no quedar en inferioridad de recursos en la región. Y a la inversa: en caso de una alianza de Rusia y Japón contra EEUU en el Pacífico, este podría alcanzar el equilibrio si lograba poner de su lado a Argentina y Chile.

            El poderío naval de Argentina y Chile también era desproporcionado a la población de ambos países. La relación buques/población superaba los criterios de las Grandes Potencias. Las armadas de Argentina y Chile eran más pequeñas en números absolutos que las de Francia, Alemania, EEUU, Japón y Rusia, pero mucho mayores en proporción al numero de habitantes. En este sentido, la armada chilena era la mayor del mundo, con 33,33 kg de desplazamiento por habitante; en segundo lugar estaba la flota británica, con 25,9 kg por habitante y en tercera posición la Argentina, con 22,22 kg por habitante. La marina de Francia quedaba relegada al cuarto lugar, con 13,8 kg/h. Más atrás seguían Italia, Alemania, EEUU y Japón, tal como refleja el Cuadro IV.

Cuadro IV

Poder absoluto y relativo de las armadas de Argentina y Chile con relación a las Grandes Potencias (1900)

País

Tonelaje de buques de guerra

Población (habitantes)

Kg de flota de guerra por habitante

Gran Bretaña

1º 1.065.000

41.100.000

 2º   25,90

Francia

2º    499.000

38.300.000

  4º   13,08

Rusia

3º    383.000

135.600.000

   9º     2,82

EEUU

4º    333.000

75.900.000

    7º     4,38

Italia

5º    245.000

32.200.000

              5º   10,34

Alemania

6º    285.000

56.000.000

     6º     5,09

Japón

7º    187.000

43.800.000

      8º     4,26

Chile

8º    100.000

3.000.000

       1º   33,33

Argentina

8º    100.000

4.500.000

       3º   22,22

Austria-Hungría

10º      87.000

46.700.000

     10º)    1,86

Fuente: Elaboración propia a partir de Kennedy, Paul. Auge y caída de las grandes potencias. Barcelona, Plaza y Janés, 4 edición, 1998, pp. 322-329.

            Las dimensiones de las flotas de Argentina y Chile hacia 1902 estaban fuera de todo parámetro razonable. Ambos países se lanzaron a una carrera armamentista propia de Grandes Potencias, sin el soporte tecnológico ni económico propio de las naciones más desarrolladas. Era una demostración de poder más aparente que real, pues era poco probable que ambos países fueran capaces de mantener en buenas condiciones operativas a estos costosos buques. Además estas armas suponían una carga notablemente desproporcionada para países con escasa población y economías primarias y dependientes. Por último, ni Argentina ni Chile contaban con los recursos humanos adecuados para operar las sofisticadas maquinarias de navegación y de ataque de estos barcos. Por esos años se vieron muchos casos de accidentes fatales de modernos buques de guerra debido a la impericia de sus tripulaciones. Quizá el ejemplo más contundente fue el de la flota rusa en la guerra con el Japón.[41]

La carrera armamentista en el plano naval, tuvo su correlato en los ejércitos terrestres. Las dimensiones de los ejércitos de Argentina y Chile habían sido tradicionalmente reducidas. En tiempos de la guerra de la Independencia, el Ejército de los Andes que cruzó la cordillera para combatir a los realistas en Chile, era de 5.000 soldados (1817). En la guerra con el Brasil (1825-1828), el gobierno argentino intentó reunir  un ejército de entre 15.000 y 20.000 hombres; pero el general Alvear, ministro de la Defensa, apenas consiguió un tercio, mientras que Brasil, a pesar de sus colosales dimensiones, sólo poseía un ejercito de 11.000 hombres. Las bajas del ejército argentino en este guerra, incluyendo enfermos y dispersos, fue de 2000 tropas. [42] En la guerra con la Confederación Peruano Boliviana (1837-1837), Chile movilizó un ejército de 3.000 hombres en la primera expedición y 5.800 en la segunda.[43] En la batalla de Caseros, en la que participaron argentinos, uruguayos y brasileros, después de un año de paciente preparación, participaron 50.000 tropas (1852). En vísperas de la guerra con el Paraguay (1865), el ejército de la Argentina contaba con 6.000 plazas; al iniciarse el conflicto, el presidente Mitre logró reclutar, con mucho esfuerzo, 20.000 soldados.[44] En vísperas de la Guerra del Pacífico (1879), el ejército de línea de Chile contaba con 2.200 hombres y la guardia Nacional llegaba a 6.700. Los fusiles modernos del ejército chileno eran  18.000, más 2.000 carabinas para la caballería. “Las municiones no alcanzaban para una columna de 3.000 hombres”.[45] Hacia fines de 1880, Baquedano  desembarcó con  25.000 soldados para hacer frente a los 45.000 del dictador peruano Piérola.[46].

          Contrariando esta tradición, entre los últimos años del siglo XIX, Argentina y Chile aumentaron vertiginosamente sus gastos para movilizar tropas, cada vez más equipadas. Después de la guerra civil de 1891, el ejército chileno quedó reducido a 13.000 tropas, 40.000 guardia nacionales con instrucción y 24.000 en condiciones de movilización. De todos modos, esta situación se revirtió rápidamente;  en poco tiempo Chile logró almacenar  en los arsenales  80.000 rifles Mauser, 27.000 Manlicher y 30.000 carabinas, junto con más de 100.000 uniformes y modernos cañones para la artillería.[47] Además,  el gobierno chileno estableció el sistema de conscripción (5 de setiembre de 1900), lo cual permitió duplicar el numero de plazas del ejército.[48] Hacia fines de 1901 el jefe de Estado Mayor, general Kornes, “declara que cuenta con armamento para 150.000 hombres”.[49] Por su parte la Argentina siguió un camino paralelo. Sus reservas de fusiles Mauser pasaron de 160.000 en 1898  a  210.000 en 1901.[50]Para entonces también tenía  200 ametralladoras Maxim, “con el mismo cartucho de fusil que Alemania adoptaría sólo cuatro años después”.[51] En noviembre de 1901, el ministro de Guerra de la Argentina, general Richieri, aseguró que disponía de armas para 300.000 tropas y este fue uno de los argumentos que utilizó para fundamentar el proyecto de ley de reforma militar, que establecía el Servicio Militar Obligatorio (aprobado por el Congreso el 10 de noviembre de 1901).[52]

El desarrollo de los ferrocarriles abrió nuevas perspectivas para el transporte de tropas. En la Argentina, el riel se encontraba en plena expansión. Los 10 km de ferrocarriles librados al servicio en 1857, treparon a 8.600 km en 1890, 14.100 km en 1895 y 16.800 en 1900. Dentro de este contexto  se aceleraron las construcciones de ferrocarriles estratégicos. Un buen ejemplo fue la extensión del Ferrocarril del Sur, que llegó a Bahía Blanca a Choele-Choel, en el centro de la Patagonia (1898), y de allí continuó hasta alcanzar Neuquen en tiempo récord (1 de mayo de 1899). En Mendoza se reiniciaron los trabajos del F.C.Trasandino, que pronto llegó a Puente del Inca, a 2.700 metros de altitud, y a unos 15 kilómetros de la frontera internacional. En estas circunstancias, cambiaron totalmente las disponibilidades para el traslado de soldados y armamentos del centro del país hacia el frente de batalla. Las distancias que en tiempos de la guerra del Paraguay demandaba dos meses de desplazamiento, con los modernos ferrocarriles se podían recorrer en dos días.

En comparación con otros ejércitos contemporáneos, los de Argentina y Chile habían alcanzado dimensiones notables. Las 300.000 tropas de la Argentina, se acercaban a las que empleaba Japón para iniciar su hegemonía en el Asia-Pacífico, o a las que Rusia consideraba suficientes para invadir la India; las 150.000 de Chile equivalían a las que pretendía movilizar Francia para amenazar la conquista de Inglaterra y así establecer una alianza estratégica con Rusia. [53]

Con el poderío bélico acumulado por Argentina y Chile sobre el filo del siglo XX, cualquier territorio, provincia,  puerto o ciudad podían ser atacados, bombardeados, destruidos u ocupados en relativamente poco tiempo. Para estimar el impacto que pudo causar la guerra, se puede establecer un parangón con la que poco después sostuvieron Bolivia y Paraguay en la Guerra del Chaco (1932-1935). En ese momento, ambos países tenían menos población y menos poder destructivo que Argentina y Chile treinta años antes. Por ejemplo, en vísperas de la guerra, Paraguay tenía menos de 1.000.000 de habitantes, y Bolivia poco más de 2.000.000. Ello era mucho menos que Argentina y Chile en 1902, cuya población ascendía a 4.500.000 y 3.000.000 respectivamente. Con respecto a los medios de transporte de tropas y material bélico al frente de batalla sucede lo mismo. Chile tenía una red ferroviaria de casi 4.000 km para desplazar soldados desde sus principales centros de población hacia los potenciales frente de combate. Argentina tambien contaba con una extensa red ferroviaria, de 26.000 km, capaz de trasladar en 48 horas miles de soldados de Buenos Aires hacia los territorios y provincias de frontera, como Neuquen, Mendoza, San Juan, Salta y Jujuy. En cambio, ni Bolivia ni Paraguay poseían estos medios. La red paraguaya comenzó a construirse en 1859, en un marco de promisorias perspectivas. Pero la guerra de la Triple Alianza frustró todas las expectativas de expansión de la infraestructura del transporta paraguayo. La red férrea avanzó muy lentamente; en 1895 llegó a los 253 km, en 1915 a los  373 y poco después se completó el ramal de 441 km  que enlazaba Asunción y Encarnación, en la frontera sudeste del país; no tenía mayor importancia para trasladar tropas desde Asunción hacia el oeste, es decir, al frente de batalla. La situación de Bolivia era muy parecida. Esta país poseía 1.000 km de ferrocarriles en 1895 y 1.284 en 1915. En años posteriores se construyeron algunos tramos más. Pero los ferrocarriles bolivianos nunca alcanzaron un desarrollo comparable al de Argentina ni al de Chile. Por otra parte,  la gran mayoría de la red vinculaba La Paz hacia el oeste con Chile (Arica, 1913; Antofagasta, 1917) y hacia el sur con Argentina (por Yacuiba, 1924). Bolivia carecía de ferrocarriles estratégicos que penetraran hacia el este es decir, hacia el teatro de operaciones de la Guerra del Chaco.[54]

Sin flotas, con pobre armamento y sin medios de transporte modernos para llevar tropas al frente de batalla, en la Guerra del Chaco murieron 100.000 hombres, mientras otros 500.000 quedaron heridos y lisiados por el resto de sus vidas. Si Chile y Argentina acudían a las armas, con el armamento de Grandes Potencias que poseían, con ferrocarriles que llegaban hasta la frontera y con barcos capaces de trasladar decenas de miles de tropas hasta cualquier punto del país vecino, lo más probable es que las bajas hubiesen sido más elevadas. Una estimación moderada indica que pudieron registrarse entre 200.000 y 500.000 muertos, y de 800.000 a 1.500.000 heridos. Las bajas probables oscilaban entre 1.000.000 y 2.000.000 millones de hombres. El Cuadro V muestra con mayor claridad los fundamentos de esta estimación.

Cuadro V

Cálculo estimativo de los costos humanos de la eventual guerra argentino-chilena de 1902, a partir de la comparación con la Guerra del Chaco

indicadores

Guerra del Chaco (1932-1935)

Guerra Trasandina (1902-¿?)

Paraguay

(1932)

Bolivia

(1932)

Total

(1932)

Argentina

(1902)

Chile

(1902)

Total

(1902)

Población
 900.000 2.100.000 3.000.000 4.500.000 3.000.000 7.500.000
FFCC

 zona guerra

--

--

--

26.000 km

4.000 km

30.000km

Flota de guerra

--

--

--

100.000 tons

100.000 tons

200.000 tons

 

Bajas (reales)

Bajas (estimadas)

muertos

100.000 a 150.000

200.000 a 500.000

heridos

500.000

800.000 a 1.500.000

Total bajas

600.000 a  650.000

1.000.000 a 2.000.000

Nota: para preparar sus fuerzas armadas para esta eventual guerra, Chile y Argentina sancionaron las leyes de Servicio Militar Obligatorio en 1900 y 1901 respectivamente.

Fuente: elaboración propia a partir de Schickendantz, Emilio y Rebuelto, Emilio. Los ferrocarriles en la Argentina (1857-1910). Buenos Aires, Fundación Museo Ferroviario, 1994; Porcelli, Luis. Argentina y la guerra por el Chaco Boreal. Buenos Aires, CEAL, 1991. Centro Latinoamericano de Investigación en Ciencias Sociales. Situación social de América Latina. Buenos Aires, Hachette, 1969. Martínez, Juan María (director editorial). El mundo de los trenes. Madrid, Ediciones del Prado, 1998, 5 tomos. Pérez de Arévalo, Lilia Fanny y Torino, Esther María. Argentina y Bolivia (1810-2000). En: Lacoste, Pablo (compilador). Argentina, Chile y sus vecinos (1810-2000). En prensa; Thomson, Ian. Red norte. The Story of State-Owned Railways in the Nort of Chile. Birmingham, 1997; Bunge, Alejandro. Ferrocarriles Argentinos. Contribución al estudio del patrimonio nacional, Buenos Aires, 1918, pp. 146-147. Lacoste, Pablo. El ferrocarril Trasandino. Santiago, Dibam/Editorial Universitaria, 2000; Ferrocarriles del Mundo: Paraguay, Chile y Uruguay. En:: Martínez, Juan María (director editorial). El mundo de los trenes. Madrid, ediciones del Prado, 1999, tomo 5 pp. 101-102.

          La estimación de bajas se realizó en términos comparativos con países de la región para realizar un cálculo moderado. Tal vez, lo más ajustado sería comparar con algún país europeo de la época, que tuviera un potencial destructivo similar en cuanto a flota de guerra, ferrocarriles estratégicos, recursos para movilizar tropas y armamento de infantería y artillería. Ello nos acercaría, por ejemplo, a compararlo con el imperio Austro-Húngaro y las bajas que sufrió durante la I Guerra Mundial. En tal caso, el cálculo sobre posibles muertos y heridos de la eventual guerra trasandina resultarían mucho más elevados.

 Lo importante es destacar que en vísperas de los Pactos de Mayo, El escenario estaba preparado para una conflagración sin precedentes en América Latina, y con estándares de países industrializados. El potencial destructivo acumulado en el Cono Sur a comienzos del siglo XX era muy semejante al que poco después entró en acción en Europa, en el marco de  la I Guerra Mundial.

3-Del zar Nicolás II al abrazo del Estrecho y los Pactos de Mayo

          El Tratado de 1881 había significado un avance importante, pero dejaba todavía algunos puntos sin resolver. ¿Por qué parte de la cordillera pasaría el limite internacional? ¿Había que priorizar la línea de las más altas cumbres o la divisoria de aguas?  Si se aplicaba el principio  de las más altas cumbres en forma absoluta, como la cordillera se va sumergiendo paulatinamente en el mar, la Argentina podría terminar con algunos puertos sobre el Pacífico; y por el contrario, si sólo se consideraba la divisoria de aguas, los valles intermontanos, incluyendo pueblos y ciudades argentinas, quedarían dentro de la jurisdicción de Chile.

Para avanzar en las definiciones se firmó el Protocolo Adicional de 1893, conforme al cual la frontera pasaría por la línea de más altas cumbre que dividan aguas, sin que la Argentina pudiese pretender punto alguno en el Pacífico ni Chile en el Atlántico. Al menos dentro del continente. Este acuerdo fue otro paso adelante. Pero la dilatada extensión de la frontera común (5.302 kilómetros) se resistía a una delimitación clara y aceptable para todos. En efecto, al sur del paralelo 40, la cordillera pierde altura y en muchos casos no coincide con la línea divisoria de aguas. En algunas zonas, las más altas cumbres corren más de 100 kilómetros al oeste de la divisoria de aguas. En estos casos, la diplomacia argentina procuraba imponer el principio de más altas cumbres, mientras que los negociadores chilenos reivindicaban la divisoria de aguas. En estas condiciones, parecía materialmente imposible alcanzar un acuerdo directo.

A ello se sumó el diferendo por la Puna de Atacama, una reliquia de la guerra del Pacífico que vino a entorpecer las relaciones entre Argentina y Chile. Cuando Bolivia advirtió que las fuerzas armadas chilenas avanzaban inexorablemente hacia la victoria, realizó una operación diplomática que amortiguara el impacto de su derrota: le canjeó a la Argentina la Puna de Atacama por el territorio de Tarija, que se encontraba en litigio entre ambos países. El gobierno argentino aceptó la propuesta, tal vez sin advertir la gravedad del problema que generaba con Chile. Porque una vez victorioso, Chile anexó territorios de Bolivia y Perú, incluyendo Tacna, Arica, Tarapacá y la Puna de Atacama.  Bolivia, con su maniobra, se aseguró la soberanía sobre Tarija y la transfirió a la Argentina el conflicto con Chile por la Puna. ¿A quién debía corresponder este territorio? Chile aseguraba que el acuerdo entre Argentina y Bolivia era nulo, por cuanto Bolivia no podía canjear un territorio que había perdido en una guerra. A su vez Argentina presentó su propio punto de vista y no se llegó a ningún acuerdo.  Si el Tratado de 1881 había achicado los territorios en litigio entre Argentina y Chile, la hábil maniobra diplomática boliviana había introducido una nueva manzana de la discordia entre los dos países trasandinos.

          A su vez, el contexto internacional era cada vez menos propicio para las soluciones diplomáticas. Europa seguía adelante con la carrera armamentista. Los países iban armando alianzas ofensivas y defensivas dentro y fuera del continente. El discurso nacionalista se consolidaba como ideología dominante, capaz de movilizar a las masas, en un brote colectivo de xenofobia y belicismo. Estas ideas se irradiaban de Europa hacia el resto del mundo, y tenían especial receptividad en países como Argentina y Chile, cuyas élites tenían sus faros culturales en las capitales del viejo continente.

          En Europa, el alejamiento de Bismark significó la pérdida de los criterios equilibrados y equilibrantes en el manejo de las delicadas hebras de la política internacional de las Grandes Potencias. En su lugar, el Kaiser Guillermo II tomó en sus manos la conducción de los asuntos externos de Alemania con notable torpeza. Lentamente se fueron organizando las alianzas que preparaban el terreno para el estallido de la I Guerra Mundial. El proceso se tornaba indetenible, a medida que fracasaban las negociaciones diplomáticas, y ganaban espacio los enfoques militaristas para establecer nuevos estándares en las fuerzas armadas.

 Hubo algunos intentos de detener esta descontrolada carrera. El más importante de ellos provino del Zar de Rusia, Nicolás II, quien el 24 de agosto de 1898  convocó a todas las potencias europeas a una conferencia de paz. Este tenía como objetivo central establecer “los medios más eficaces para asegurar a todos los pueblos los beneficios de una paz real y duradera”. Para alcanzar este objetivo, se proponían dos caminos: la limitación de armamento y el arbitraje. Para los organizadores, no existía ninguna posibilidad de evitar la conflagración general, si no se alcanzaba un acuerdo en torno a estos dos puntos.

La propuesta del Zar era funcional a sus intereses nacionales en primer lugar. Sobre todo porque al tener mayor población, Rusia tenía más capacidad de movilización de tropas, lo cual era una ventaja en caso de una guerra con poco armamento. En cambio, a medida que la carrera armamentista prosperaba, las potencias industrializadas lograrían mayor poderío a pesar de contar con menos población. De allí que la cancelación de la carrera armamentista, en el tenso escenario europeo de fines del siglo XIX, era motivo de polémica.

La convocatoria del Zar motivó una serie de consultas, hasta que los distintos gobiernos la aceptaron, con poco entusiasmo. La cumbre se realizó en la ciudad de La Haya, entre el 18 de mayo y el 29 de julio de 1899. Se insistió con el proyecto de limitación de armamentos y arbitraje. El delegado ruso presentó un proyecto de tribunal arbitral para dirimir pacíficamente los diferendos entre los distintos países. Pero cada propuesta tuvo sus detractores. Francia se negó a la limitación de armamentos, mientras Alsacia y Lorena siguieran en manos de Alemania; a su vez, Alemania se opuso al arbitraje. La conferencia terminó en el más completo fracaso.[55] Los gobernantes priorizaron lo que Kissinger ha denominado la política de la “irresponsabilidad y miopía”, con “un toque de frivolidad”.[56] La cuenta regresiva hacia la I Guerra Mundial ya había comenzado.

En efecto, Alemania siguió adelante con su carrera armamentista. La decisión de 1896 de crear una flota de primer orden, se mantuvo plenamente vigente: Alemania ya tenía el ejército más poderoso de Europa y apuntaba a disputarle a  Gran Bretaña la supremacía naval. Poco después, en 1909, los británicos advirtieron a los alemanes que no tolerarían la continuidad de esta política, lo cual aumentó aún más las tensiones. Sin arbitraje, sin limitación de armamento, los bloques liderados por Alemania y Gran Bretaña parecían dos locomotoras lanzadas una contra la otra, sin la menor consideración por las consecuencias de estas acciones. “En contraste con el período de la Guerra Fría –señala Kissinger- las dos agrupaciones no temían la guerra. De hecho, les preocupaba más mantener su cohesión que evitar un enfrentamiento. El enfrentamiento directo se había vuelto el método habitual de la diplomacia”.[57] 

En el Cono Sur reinaba exactamente el mismo clima. El limitado sentido de la responsabilidad se sumaba a la paranoia en muchos hombres de estado, principalmente en Estanislao Zeballos, dentro de Buenos Aires, donde el partido belicista de Buenos Aires parecía ganar la partida. Chile todavía seguía enredado en el conflicto del Pacífico. Si bien las acciones militares habían cesado en 1884, todavía no se firmaban los tratados de paz. En Buenos Aires, los “halcones” propiciaban la intervención de Argentina, de una vez por todas, en aquel conflicto para impedir que Chile se quedase con las ricos salitreras peruanas y bolivianas, pues con esa fuente de recursos cambiando de manos, se rompería el equilibrio regional. Con estas riquezas plenamente a su disposición, Chile se convertiría en una amenaza permanente para la paz de la región, según interpretaban los belicistas de Buenos Aires. Y estas ideas se difundían ampliamente por diversos medios: en primer lugar, a través del influyente diario La Prensa, donde Estanislao Zeballos ejercía un papel preponderante; a ello hay que sumar los discursos parlamentarios, los actos políticos y las movilizaciones belicistas.

Así como en Europa se propició una cumbre para buscar la paz en la conferencia de La Haya, en el Cono Sur se realizó un intento análogo en el llamado “abrazo del Estrecho”. En noviembre de 1898, tres meses después de la convocatoria del zar Nicolás II a las Potencias europeas, Argentina y Chile siguieron el ejemplo y concertaron la celebración de una cumbre presidencial, la primera en la historia de las relaciones entre ambos países.  El encuentro de los presidentes Roca y Errázuriz en el estrecho de Magallanes, 15, 16 y 17 de febrero de 1899, permitió establecer un promisorio espacio de diálogo entre ambos gobiernos.[58] De esta manera se generaron las condiciones para resolver uno de los puntos pendientes: la cuestión de la Puna de Atacama. Ambos países aceptaron un arbitraje a cargo de una comisión integrada por un chileno, un argentino y el ministro de EEUU en Buenos Aires, William Buchanan. Dos semanas después del “abrazo del Estrecho”, el 1 de marzo de 1899, comenzaron las sesiones de esta conferencia arbitral. Dentro de ese mes, se elaboró el dictamen correspondiente, y el conflicto por la Puna quedó superado. Roca tuvo motivos para festejar este logro en su mensaje a las Cámaras, el 1 de mayo de ese mismo año.[59]

En los meses siguientes, la tensión resurgió. El clima belicista que se emanaba desde Europa, llegaba con facilidad al Cono sur. Sobre todo porque los ideólogos de la carrera armamentista y los postulados geopolíticos no se conformaban con los acuerdos diplomáticos que estaba cultivando el presidente Roca. Zeballos continuaba su campaña belicista, con oportunidad o sin ella. Las páginas de La Prensa se abrían generosamente sus proclamas, siempre xenófobas, siempre racistas. Por su parte, el ex presidente Mitre y el influyente diario La Nación trataban de calmar los ánimos y llamaban a la sensatez, destacando los valores de la Paz, el Orden y el Progreso.

El partido pacifista, liderado por Mitre, encontró un aliado decisivo: el embajador de S.M.B. Los financistas ingleses habían efectuado fuertes inversiones de capital en la región, fundamentalmente en la construcción de ferrocarriles. Por ello, contrariamente a lo sucedido en otras coyunturas históricas, en este caso los intereses británicos en el sur de América estaban del lado de la paz. La diplomacia inglesa hizo saber este punto de vista a las cancillerías de Buenos Aires y Santiago, y realizó toda la presión posible para desalentar a los partidarios de la salida bélica. 

La convergencia de los dirigentes nacionales por la paz y de la presión de los capitales ingleses, terminó por constituir un polo más fuerte que el de los sectores belicistas. Finalmente los gobiernos de Argentina y Chile tomaron la camino de la paz, sellada en los Pactos de Mayo de 1902, signados en Santiago de Chile por José Francisco Donoso Vergara y José Antonio Terry, ministros plenipotenciarios de los presidentes Germán Riesco y Julio Argentino Roca. Este fue el primer tratado de control de armamento de la Historia Mundial.[60]

De acuerdo a este tratado, la Argentina renunciaba expresamente a involucrarse en el conflicto del Pacífico; Chile quedaba con las manos libres para terminar con tranquilidad, los tratados con Bolivia y Perú. Además se adoptaba el sistema de arbitraje obligatorio e inapelable para definir las cuestiones pendientes. También se estableció un acuerdo de limitación de armamentos, el primero de la historia mundial. Se estableció el principio de equivalencia de escuadras, con lo cual los buques en construcción no fueron incorporados. Los cruceros Moreno y Rivadavia, botados en octubre de 1902, se vendieron a Japón, quien los rebautizó como Kasuga y el Nisshin. Los acorazados Constitución y Libertad, fueron vendidos en construcción en diciembre de 1903 a Gran Bretaña, que los denominó Swifsure y Triunph.[61]

Este clima de paz se consolidó en noviembre de 1902, cuando S.M.B. dio a conocer el fallo arbitral sobre amplios territorios en litigio. Ambos países acataron la sentencia, y de inmediato se procedió a delimitar la frontera internacional con la erección de los hitos respectivos.

El significado de los Pactos de Mayo fue el triunfo de los principios de arbitraje y limitación de la carrera armamentista como medios para alcanzar la paz de los pueblos. En el fondo, esta era la aplicación de los principios que había propuesto a Europa el zar Nicolás II en 1898. Los gobernantes de ese continente, especialmente los de Alemania y Francia, se negaron a apoyar esta iniciativa. Les parecía que aceptar el arbitraje o la carrera armamentista, era una mengua inaceptable de la soberanía del Estado. Perdieron de esta manera la gran oportunidad para detener el mecanismo destructivo, que desembocaría luego en la I Guerra Mundial, y que arrojó un saldo de 10.000.000 de muertos. En cambio, los gobiernos de Argentina y Chile actuaron de la forma exactamente inversa. Ellos también estaban en plena carrera armamentista, prácticamente con la misma intensidad que las Potencias de Europa. En efecto, las fuerzas armadas de las dos naciones del Cono Sur estaban casi al mismo nivel que las Grandes Potencias. No obstante ello, Argentina y Chile supieron escuchar la propuesta del zar. Aceptaron los principios de arbitraje y control de armamentos. Como resultado lograron firmar  los Pactos de Mayo y se abrió un siglo de paz entre Argentina y Chile.

Para representar el significado de los Pactos de Mayo, los gobiernos de Argentina y Chile dispusieron la erección de un monumento conmemorativo. Este fue el sentido de la implantación de la imagen del Cristo Redentor, emplazada en la cordillera de los Andes, en la frontera argentino-chilena, entre Las Cuevas y Caracoles, en 1904.

Comparando a los diplomáticos y políticos de Argentina y Chile con los de Europa, aparecen algunos matices interesantes. Todos parecían lanzados en la misma dirección: la destrucción masiva a partir del cambio cualitativo de la maquinaria militar con la conscripción obligatoria, la revolución de los transportes y el fulminante ascenso de la industria bélica. Europa era un polvorín a punto de estallar, lo mismo que el sur de América: Argentina y Chile estaban listos para movilizar medio millón de hombres con fusiles a repetición, centenares de cañones de grueso calibre y  200.000 toneladas de buques acorazados. Eric Hobsbawm escribió que en 1914, con la I Guerra Mundial, “se inauguró la era de las matanzas”.[62] Lo que el célebre historiador inglés tal vez no advirtió, fue que de no mediar los Pactos de Mayo, es muy probable que este macabro lugar en la Historia Universal estuvieron a punto de alcanzarlo  Argentina y Chile unos pocos años antes.


 

[1] Lacoste, Pablo. El concepto de Zonas de Influencia en Raymond Aron y su aplicación para las relaciones entre Argentina y Chile. En: Estudios Internacionales, Revista del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de Chile. Santiago, abril del 2001, pp.65-92. Lacoste, Pablo. Espía en Chile, general de brigada en la Argentina: las ideas de integración de Juan Gabriel Serrato (1867-1935). En: Diplomacia, revista de la Academia Diplomática “Andrés Bello”, Santiago de Chile, nº 85, octubre-diciembre 2000, pp. 57-80. Lacoste, Pablo y Arpini, Adriana. Estanislao Zeballos, la genealogía de la tradición  antichilena en Buenos Aires y la Reforma de 1918. Aceptado para publicación en: Universum. Revista de la Universidad de Talca, 2001; Lacoste, Pablo. Argentina y Chile al borde de la guerra (1881-1902). En: Anuario del Centro de Estudios Históricos “Profesor Carlos S. A. Segreti”. Universidad Nacional de Córdoba, año 1, número 1,  2001, pp. 301-328.

[2] Citado en:  Siegrist, de Gentile, Nora; Girbal de Blacha, Noemí y Brailovsky, Antonio Elio. Tres estudios argentinos. Buenos Aires, Sudamericana, 1982. p.64. 

[3] Paz, Ricardo. El conflicto pendiente. Buenos Aires, EUDEBA,  1980, tomo I, p. 136-144; Ferrari, Gustavo. Conflicto y Paz con Chile (1898-1903). Buenos Aires,  EUDEBA, 1968, pp. 55-73.

[4] Citado en Irazusta, Julio. Balance de siglo y medio. Buenos Aires, 3 edición, 1983, p. 83.

[5]  Idem, ibid.

[6] Dell Oro Maini, Atilio. Los discursos de Indalecio Gómez. Buenos Aires, Kraft, 1964.

[7] Paz, o.c.,  tomo I, p. 131.

[8] Esta obra su publicó por primera vez en 1954 y  pronto se convirtió en un éxito editorial. Muy recomendada por docentes de nivel medio, terciario y universitario, en 1968 iba por la 5ª edición; en 1975 se efectuaron las ediciones 8ª y 9ª. Hacia 1979 ya iba por la edición 11ª.

[9] Palacio,Ernesto.  Historia de la Argentina (1515-1976). 1ª edición: 1954; 11ª edición: Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1979, p. 598.

[10] Rosa, José María. El problema del Beagle. Antecedentes e interesados. Buenos Aires, 1984, p. 29.

[11] Idem, p. 36.

[12] Idem, p. 36.

[13] La Historia del acorazado. En: Navíos y Veleros. Historia, Modelos y Técnicas. Barcelona, Planeta, 1993, tomo VI, p. 1.501.

[14] “Los cañones estaban instalados en una torre central, disponían por lo menos teóricamente, de un amplio sector de tiro. También podían disparar hacia proa o hacia popa, pues la superestructura que sostenía el puente de mando era lo único que limitaba el campo. El buque disponía asimismo de un aparejo de dos palos convelas áulicas. El Los Andes entró en servicio en 1875 y no se dio de baja hasta 1929. Navíos y Veleros, o.c., tomo V, p. 1.320.

[15] La historia de los torpederos hasta 1920. En: Navíos y Veleros, o.c., tomo III, pp.  793-797.

[16] Las cuatro mayores -Enrique Py, Ferré, Centella y Alerta- tenían 30,5 m de eslora por 3,8 de manga, con dos tubos lanzatorpedos; las dos menores medían 19 m de eslora, con un tubo lanzatorpedos (Tanzi, Héctor José. Compendio de Historia Marítima Argentina. Buenos Aires, Instituto de Publicaciones Navales del Centro Naval, 1994, pp. 300-302).

[17]  Las ocho menores desplazaban 16 toneladas a una velocidad de 18 nudos; tenían  18,3 metros de eslora y un tubo lanzatorpedos;  las seis medianas tenían  40 metros de eslora, con tres tubos lanzatorpedos; su velocidad máxima era de 24 nudos; las dos mayores tenían 46 m de eslora, desplazaban 110 toneladas y disponían de 4 tubos lanzatorpedos  (Tanzi, oc., p. 318).

[18] La historia de los destructores. En: Navíos y Veleros... o.c., tomo  VI, pp. 1673-1677.

[19] El primero de estos destructores encalló y se hundió al año siguiente de su llegada. El destructor Corrientes medía 58 metros de eslora por  6 de manga, con 288 toneladas de desplazamiento. Sus máquinas alternativas de triple expansión le permitían alcanzar una velocidad de 27 nudos. Estaba armado con un cañón de 76 mm, tres de 6 libras, tres tubos lanzatorpedos de 457 mm. (Navíos y Veleros, o.c., tomo I, p. 280. Tanzi, o.c., p. 323).

[20] Los cruceros también se categorizaban según el  blindaje; dentro de este criterio podía ser crucero ligero (sin blindaje y con tubos lanzatorpedos); crucero protegido (con cubierta horizontal que desciende por debajo de la línea de flotación en los flancos) y crucero acorazado (con cintura acorazada en la flotación y en la cima). Este tipo de buque se desarrolló durante un tercio de siglo, hasta llegar al ocaso en la I Guerra Mundial. (La historia de los cruceros 1860-1922. En: Navíos y Veleros, o.c., pp. 1054-1057).

[21] Tanzi, o.c., p.320.

[22] “Diseñado por Philip Watts y construido por Armstrong & Co, el Buenos Aires tenia casco de acero con la obra recubierta de madera para evitar la corrosión. Tenía cubierta corrida, una cubierta con una protección de 127 a 75 mm y una buena compartimentación inferior”. Navíos y Veleros,o.c., tomo I, p. 180.

[23] Tanzi, o.c., p. 321.

[24] Ferrari, Gustavo. Conflicto y paz con Chile (1898-1903). Buenos Aires, EUDEBA, 1968 o.c., pp. 10-11.

[25] Navíos y Veleros o.c. tomo III, p. 819. Tanzi, o.c., p.322.

[26] Tanzi, o.c., p. 318.

[27] Estas operaciones fueron confiadas al prestigioso almirante Latorre, el héroe del combate naval de Angamos, que viajó directamente a Europa para supervisar estas gestiones. En primer lugar se hicieron las mejoras al blindado Blanco Encalada (Londres, 1885-1886). Como resultado, “el acorazado quedó de mucho más poder del que tenía al salir por primera vez del astillero diez años antes” (Espinosa Moraga, Oscar. Latorre y la vocación marítima de Chile. Santiago, 2 edición, 1980, p. 54). Cuando el Blanco Encalada llegó a Valparaíso, relevó al Cochrane, que viajó a Europa para recibir tratamiento análogo. Tras dos años de trabajo, y a un costo de 113.711 libras, el acorazado zarpó hacia Chile (setiembre de 1889).

[28] Espinosa Moraga. Latorre..., o.c., p.  50.

[29] Navíos y Veleros, o.c., tomo I, p. 218..

[30] Izquierdo, Gonzalo. Historia de Chile. Santiago, Andrés, Bello, 1990, tomo III, p. 2.

[31] “El primer acorazado hundido por un torpedo auto-dirigido fue el  chileno Blanco Encalada, en 1891, perteneciente a las fuerzas rebeldes. El escenario fue la bahía de Caldera y el torpedo lo lanzaron las unidades leales al gobierno Lynch y Condell”.  Navíos y Veleros., o.c., tomo I, p. 20; tomo VI pp. 1694.

[32]  El acorazado Blanco Encalada fue hundido en la guerra civil de 1891, episodio que el autor no menciona en su libro; además, el acorazado argentino Buenos Aires llegó dos años más tarde. Por otra parte no se incluyen barcos que la flota argentina ya había incorporado en 1893, como los acorazados Libertad y Los Andes (1.525 toneladas), la corbeta La Argentina (1.050 toneladas) y el crucero Patagonia (1.570 toneladas). Otra debilidad del cuadro de Espinosa Moraga es la falta de fuentes.

[33] Navíos y Veleros, o.c., tomo  II, p. 519.

[34] Barros van Buren, o.c., p. 568.

[35] Finalmente la Argentina no compró los dos últimos cruceros italianos, debido a la firma de los Pactos de Mayo; inmediatamente fueron adquiridos por Japón que se aprestaba a la guerra con Rusia (1905). Tanzi, o.c., p. 322.

[36] Ferrari, o.c., pp.6-7.

[37] Citado en idem, p. 30.

[38] Ferrari, o.c., p. 42 y 45.

[39] Fuenzalida Bade, o.c., tomo 4, p. 1084.

[40] Idem., p. 54.

[41] Un interesante análisis de los problemas de conducción de la flota rusa por falta de recursos humanos experimentados puede verse en las memorias del capitán de fragata W. Semenoff, El precio de la Sangre. Barcelona, 1913.

[42] López, Vicente Fidel. Manual de Historia Argentina, Buenos Aires, c.1895, p.365-367.Palacio, Ernesto. Historia de la Argentina. Buenos Aires, Abeledo Perrot, 1976 pp. 267-268.

[43] Izquierdo, o.c. tomo II p. 139.

[44] Rock, David. Argentina 1516-1987. Buenos Aires, Alianza, 1988, p. 176.

[45] Encina, Historia de Chile, o.c., tomo 31 p. 86.

[46] Cruz, Nicolas y y Whipple, Pablo (coordinadores). Nueva Historia de Chile. Santiago, Zigzag-Instituto de Historia de la P.U.C. de Chile, 1996, pp. 317-321.

[47] Espinosa Moraga, Latorre..., o.c., p. 72.

[48] Rouquié, o.c., tomo 1, p. 81.

[49] Ferrari,  o.c., p. 43.

[50] Espinosa Moraga, Latorre... o.c., p. 72.

[51] Ferrari, o.c., p. 44.

[52] Un interesante análisis de esta ley puede verse en Rouquié, Alain. Poder militar y sociedad política en la Argentina (1978). Buenos Aires, EMECE, 1981, tomo I pp. 82-89.

[53] Para establecer algunos parámetros de la dimensión de los ejércitos de las Grandes Potencias hacia fines del siglo XIX, podemos considerar algunos ejemplos. Entre ellos se encuentra el caso de EEUU en vísperas de la guerra contra España (1898).  La Marina contaba con 12.000 oficiales y tropa y el ejército con 28.183. Con motivo de la guerra con España, EEUU elevó estas plazas a 24.000 en la Marina y 250.000 en ejército. De todos modos, no había uniformes ni armas para equipar a estas fuerzas (Chidsey, Donald Barr. La Guerra hispano-americana 1896-1898. Barcelona, Grijalbo, 1973,  pp. 96-97). En las negociaciones diplomáticas de las Grandes Potencias de Europa, se amenazaba y respaldaba con ejércitos de estas dimensiones. En la alianza entre  Francia y Rusia, a principios del siglo XX, Rusia le aseguró que en caso de ser atacada por Inglaterra, el Zar enviaría 300.000 tropas a atacar la India; a su vez, Francia aseguró que en caso de ataque inglés a Rusia,  París movilizaría 150.000 frente al Canal de la Mancha con vistas a invadir la Gran Bretaña (Falcionelli, Alberto. Historia de la Rusia Contemporánea. I Parte Las ilusiones del progreso 1825-1917. Mendoza, UNC, FFyL, 1954, p. 286). Para dar mas fuerza a este entendimiento, Francia adelantó los fondos a Rusia para la construcción de un ferrocarril que permitiera hacer efectiva la invasión a la India. Poco después, al estallar la guerra con Rusia, el Japón, con una población de 45.000.000 habitantes, organizó un ejército de 250.000 tropas, con una reserva de 300.000 (idem, p. 309). Junto a la flota de 170.000 toneladas, estas eran las fuerzas, que sustentaban los proyectos de imperialismo espiritual y racial del Japón, que aspiraba a erigirse en el alma rectora de Asia (idem, p 306).

[54] Thomson, Ian. Red norte. The Story of State-Owned Railways in the Nort of Chile. Birmingham, 1997; Bunge, Alejandro. Ferrocarriles Argentinos. Contribución al estudio del patrimonio nacional, Buenos Aires, 1918, pp. 146-147. Lacoste, Pablo. El ferrocarril Trasandino. Santiago, Dibam/Editorial Universitaria, 2000; Schickendantz, Emilio y Rebuelto, Emilio. Los ferrocarriles en la Argentina (1857-1910). Primera edición: 1910; segunda edición: Buenos Aires, Museo Ferroviario, 1994; Ferrocarriles del Mundo: Paraguay, Chile y Uruguay. En:: Martínez, Juan María (director editorial). El mundo de los trenes. Madrid, ediciones del Prado, 1999, tomo 5 pp. 101-102.

[55] Falcionelli, o.c., pp. 284-285.

[56] Kissinger, Henri. La diplomacia. México, FCE, 1999,  pp. 163-164.

[57] Idem, p. 189.

[58] Pozo Ruiz, José Miguel. Abrazo del Estrecho. En: Diplomacia, Santiago, nº 79, abril-junio 1999, pp. 35-42.

[59] Peterson, Harold. La Argentina y los Estados Unidos. Buenos Aires, Hyspamérica, tomo I, pp. 295-302. Fraga, Rosendo. Argentina y Chile entre los siglos XIX y XX. En: Fermandois, Joaquín y otros. Nueva mirada a la historia. Buenos Aires, Embajada de Chile, 1997, pp. 152-153. Espinosa Moraga, Oscar. La postguerra del Pacífico y la Puna de Atacama (1884-1899). Santiago, Andrés Bello, 1958.

[60] Barros Van Buren, Mario. Historia diplomática de Chile, Santiago Andrés Bello, 2 edición, 1991, p. 608.

[61] Fuenzalida Bade, o.c., tomo 4, p. 1085.

[62] Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX. (1994). Buenos Aires, Crítica, 1998, p. 32.